Por qué no hay que castigar a los niños. Lo que dice la ciencia.

Los castigos como instrumento educativo es un tema que debería estar ya superado, pero padres y madres aún debemos escuchar de vez en cuando argumentos a favor de un “buen cachete a tiempo” y otras formas de castigo que nos rechinan, pero que no sabemos bien cómo refutar. Afortunadamente la ciencia también tiene respuestas para esto.

Dejando de lado el poderoso argumento de las razones morales que nos impiden hacerle daño a un ser inocente como es un niño, aquí os quiero contar qué nos dice la ciencia sobre los efectos de los castigos en la educación, por qué (parece que) funcionan y qué consecuencias (nefastas) tienen a medio y largo plazo. 

El castigo es una situación desagradable e indeseable para el sujeto que se utiliza como una forma de condicionamiento de la conducta. Si queremos eliminar una conducta inadecuada, aplicamos un castigo después de que se ha producido la conducta que queremos eliminar y el sujeto, en este caso el niño o la niña, aprende que esa conducta lleva aparejada un castigo y como consecuencia dejará de realizar la conducta que queremos extinguir. Y así planteado, los castigos funcionan. Estos procedimientos se han probado en múltiples ocasiones en animales de laboratorio y se pueden extrapolar a los humanos, donde también se han probado con “éxito”. 

Pero para que los castigos funcionen deben cumplir una serie de requisitos que a veces no son aplicables cuando lo que queremos es disciplinar a un niño. 

Para que un castigo sea efectivo, la intensidad del “evento desagradable” debe ser máxima desde el principio. No sirven los castigos leves que van aumentando en intensidad. Igualmente el castigo será más efectivo cuanto más prolongado sea y debe administrarse inmediatamente después de la conducta inadecuada ya que si aplicamos el castigo varias horas más tarde no tendrá ya ningún efecto. Cumpliendo estas condiciones los castigos son efectivos pero si se utilizan constantemente acaban generando ansiedad, aunque por otro lado, si no se aplican siempre que se produzca la conducta inadecuada, la relación conducta inadecuada-castigo acabará debilitándose hasta llegar incluso a extinguirse y la conducta indeseable puede volver a aparecer porque el castigo no enseña. Solo condiciona la conducta. Conseguimos un cambio transitorio, pero no un verdadero cambio en la forma de actuar del niño.  

Pero el principal problema de los castigos es que además del efecto primario que se corresponde con la supresión de la conducta que pretendemos eliminar, tienen una serie de efectos secundarios indeseables que son los que más daño hacen. El más evidente es el efecto físico, el dolor  que puede acarrear un castigo físico, el mencionado “cachete” por ejemplo. Tiene también un efecto social sobre la persona que se siente humillada y señalada ante sus iguales. El castigo va a producir también reacciones emocionales de miedo o ira. El miedo fomentará conductas de escape o huida y la ira puede producir una sustitución de la conducta castigada por otra conducta igualmente indeseable como gritar, pegar o morder. También se puede conseguir un efecto paradójico y lejos de eliminar la conducta indeseable lo que hace es incrementarla, como cuando regañamos a un niño por gritar y conseguimos que grite aún más. También se puede producir una supresión generalizada de otras conductas semejantes. Por ejemplo, lo regañamos por moverse demasiado y deja de jugar en absoluto. Y finalmente se produce también un aprendizaje del modelo de castigo como forma de interacción con otras personas. Aprenderá a castigar, física o emocionalmente a otras personas para conseguir sus objetivos.

Y una secuela muy importante y muy perjudicial para el desarrollo del niño y su futura salud mental es que puede entrar en un estado denominado de indefensión aprendida. Esto sucede cuando el niño o la niña se ven expuestos a una situación física o emocionalmente dolorosa  de la que no se pueden defender ni se pueden escapar. En estas situaciones el menor aprende que no hay nada que pueda hacer para evitar la situación indeseable y posteriormente se verá incapaz de reaccionar ante situaciones negativas que se presenten en un futuro en su vida y puede condicionar sus futuras reacciones ante situaciones adversas de la vida.

Ahora, si alguien te argumenta que los castigos no son tan malos y que funcionan para conseguir que los niños obedezcan y hagan lo que se les pide, ya sabes que contestar. Puede que funcionen temporalmente para conseguir el efecto deseado, pero también pueden funcionar permanentemente produciendo otros efectos no deseados muy perjudiciales a largo plazo.

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