Empezar a comer sano no es fácil. Antes que nada hay que saber lo que significa comer sano, luego tomar la decisión de cambiar unos hábitos que llevan ahí toda la vida y finalmente poner en práctica estos cambios.
Todo el mundo cree que sabe en qué consiste comer sano, pero todavía hay mucha confusión. Buscando información sobre el tema se me ocurrió buscar en internet “cómo empezar a comer sano” y lo primero que me encuentro es una publicación donde propone “deja de comer arroz blanco”. Pienso que puede estar bien y lo abro, suponiendo que hablará sobre las ventajas de pasarse a los cereales integrales, como el arroz integral, pero no. Lo que propone es dejar de comer arroz blanco para comer…quinoa. Sí. Como ese anuncio de coche en el que al pobre hombre le susurran un “come quinoa” como si fuera un mantra. Que comer quinoa está muy bien. Pero eso (solo) no te garantiza que vayas a comer sano.
Y luego están los hábitos. La comida es uno de los ámbitos donde están más arraigados y parecen inamovibles. ¿Porqué sino tenemos tanto apego a la comida casera, a las recetas de la abuela, a los platos tradicionales de cada pueblo? Y por supuesto a la paella. Decidirse a cambiar hábitos es lo más difícil y se necesita una motivación importante. Habitualmente cuando hay niños en casa, la intención de hacer lo mejor por ellos, de alimentarlos saludablemente y enseñarles a comer bien suele ser una motivación estupenda que nos puede ayudar a dar el primer paso.
Entonces llega el momento de cambiar la lista de la compra. Llenar el carro de verdura y fruta, cambiar el pan, el arroz y la pasta por sus variedades integrales (aunque tengamos que pasearnos por varios supermercados para llenar la despensa) y huir de los pasillos de ultraprocesados.
Finalmente tenemos en la cesta nuestro primer paquete de arroz integral. ¿Y ahora qué?
Todavía recuerdo el primer paquete que compré. En casa tomamos arroz con cierta frecuencia. Mi madre solía preparar arroz redondo, lo dejaba bastante pegajoso y lo servía formando una bolita a un lado del plato. Pero en mi casa les gusta que quede suelto y en su punto. Así que cambiar de arroz de pronto, a una variedad nueva, con un punto de cocción desconocido para mí era toda una osadía. Nunca veía el momento de intentarlo. Pero el tiempo pasaba y el paquete de arroz amenazaba con caducar. Hasta que un día no lo demoré más. Preparé un pollo al curry que nos encanta a todos y de guarnición, arroz integral. Siguiendo las instrucciones del envase estrictamente para que quedara bien cocido pero sin pasarse, presenté los platos como hago siempre, con el arroz a un lado del pollo bañado en la salsa y las verduritas del curry con la esperanza de que no notaran nada raro en ese arroz tan oscuro.
Intuyo que las 8 horas de ayuno en el instituto contribuyeron a que el hambre superara a los prejuicios, la cuestión fue que no hicieron ningún comentario y se lo comieron todo. Tampoco me atreví a preguntar nada. Como cocinera, que se acaben el plato suele bastarme como prueba de que la comida ha gustado. Pocos días más tarde volví a incluir arroz integral en el menú. No recuerdo en que plato, pero el resultado fue nuevamente espectacular. Aún había en casa algún paquete de arroz blanco. Cuando un día lo preparé, uno de mis hijos comentó en la mesa “Este arroz no está tan bueno, mamá, ¿No había del otro?”
Aquí deberían sonar campanas celestiales para acompañar la enorme sonrisa que se me dibujó. Lo había conseguido. Cambiar a un cereal integral sin reticencias ni dramas. Ahora preparo todo con arroz integral, el arroz con leche, el sushi, hasta la paella (valencianos, perdonadme. Al menos no le pongo guisantes) y no nos resulta ni siquiera extraño. Ya es lo normal en casa.
Porque no es tan difícil. Muchas veces los prejuicios los tenemos los mayores. Creemos que a los niños no les va a gustar el pan integral, y no lo han probado nunca. Creemos que no van a querer la pasta integral, y no notan la diferencia si lo servimos con la misma salsa de siempre. Creemos que no van a querer la pizza integral, cuando es la misma pizza casera de siempre, solo que preparada con harina integral. Y no solo con los cereales. Creemos que no les va a gustar el yogur natural sin azúcar, cuando es nuestro paladar el que está mal acostumbrado al azúcar y los sabores artificiales. Que no se van a comer la fruta, cuando les ofrecemos un postre lácteo azucarado en su lugar, en lugar de unas apetitosas fresas de temporada.
Empezar a comer sano no es difícil. Solo hay que dar el primer paso. ¿Te atreves?
Aquí algunos enlaces relacionados que te pueden resultar interesantes.
Trilogía de la alimentación saludable.
1º parte: ¿Qué es una dieta sana?
3º parte ¿Que comprar? Guía para leer etiquetas.
Mi receta de pollo al curry (bueno, la receta de Unapediatraenlacocina)